jueves, 4 de junio de 2009

Sinrostro



En el piso derruido por el paso de los días, el frío y los avatares de la miseria; en ese piso impune se ve su reflejo. Despeinado, huraño, espejo de la marginación. Algo, en esa polvareda, sin embargo, se levanta.


la música es corrupta
falla la melodía cuando
al mandamás le conviene
y hay un lugar
en medio de la soledad
en donde
el frío
no se nota


El recorrido es siniestro, aunque el acostumbramiento hace que la pérdida de la dignidad no lacere más, por lo menos en la superficie. A las 4 AM una campera rota va sobre sus hombros. La basura en el mismo baldío es distinta. El carro se empieza a llenar. Los perros de todos los días son el escollo habitual y los viejos cirujas, sus amigos en la desidia.


ya no hay tiempo para el miedo
en las vías
con la masacre de su futuro
va una estampita
un recuerdo nefasto
de cuando pensaba
en que la humanidad era humana
un auxilio apócrifo


Hay frío. Hay bronca acumulada. Tiembla un cuerpo en una esquina. El mundo se le ha vuelto visceral. Los cartones le pesan en la mirada. Está despeinado, sucio, vacío, pero es lícito para él despojarse de sí mismo, porque nadie lo ve. Y es desde que se considera sólo un número en que decidió borrar su risa, que ya no llama a su pasado. Al menos imita un disfraz social cuando sonríe sin querer hacerlo al momento en que los demás le sonríen sin querer hacerlo.


en el juego
los protagonistas son otros
y el resentimiento lo escupe
en medio de la noche
entre las basuras
estigmas de lo que aprendió
la soledad insana
el juego de su vida


Desde la vidriera, del lado de los sinrostro, ve pasar cada capítulo, ajeno a la situación. Detrás de los cristales la perspectiva es extraña. Pero, después, el paso efímero de las fugaces instantáneas somete otra vez el futuro. Despierta a las 4 AM y maldice ese despertar. Sale a la calle con la campera rota que lleva sobre sus hombros. Y mira con desprecio a los hombres de un mejor vivir. Pero no llora.


tiene una marca, un sello
como la espina
que se le clava en el alma
de ser un número menos
después de aquella terrible tarde
mientras el paso del tiempo
se torna irremisible
porque desprecia al sol
cuando se acuerda
de la violación a los dos años


No lee los diarios, que no hablan de los sinrostro, en esas líneas que se hacen llamar periodísticas. Frecuenta la oscuridad. El escruche como pasatiempo hace que se accione la adrenalina en la noche. Su ídolo es Messi, aunque los días le gatillen que no tiene ni para ir a la cancha de San Martín. Sube al colectivo sin pagar, conversa con el chofer y aprende a ser mirado como una nada. Le temen. Se baja en cualquier esquina y prende un paco para olvidarse de él mismo y de los otros sinrostro que lo acompañan en esa aventura.


alguna vez hubo sueños
algún día creyó ser libre
pero otra vez el murallón de la realidad
después de despertar de la hipnosis
lo espantó hacia el baldío
lo arrojó en el día a día
al mismo tiempo que
encendió otro fósforo
y volvió a soñar


Los zapatos desgastados cavilan por la cornisa. Pero sigue, como puede, caminando en una vida paralela, la que pudo haber sido, la de otros, esa que ahora desprecia. Se levantó a las 4 AM. Está despierto todavía, aunque prefiera la hipnosis permanente. El síndrome de abstinencia no dura nada, porque lo disipa, y el cadáver de otro porro cae sobre el piso derruido que es reflejo de su existencia. En la plaza hay papeles, folletos que hablan de las próximas elecciones. Entonces se alegra, porque volverá a sentir ese gustito fugaz de la dádiva. Le grita a una mina que va hacia la facultad. Saluda al policía que le muestra la sonrisa cómplice de los que han gastado las suelas caminando la calle. Grita en medio de la peatonal. Y se toma a las piñas con otro de los sinrostro, para decir: “Aquí estoy, todavía”.


Pablo Zama