La barrera del sonido explota con la pasión. La alegría ya exalta el clímax, tan cercano, del ascenso. San Martín sueña con volver a la A. Puyutano: el regalo es de papá.
El as de espadas ya destrozó el reloj. Se desgranan las fuerzas del adversario ya vencido. Hay un gol en la garganta que pugna por expulsar las huellas que dejó aquel descenso. Ruge ese as de espadas que ilumina la noche. Clava el puñal. Se regocija en el canto de 18.000 anónimos. Y grita gol. Grita como si la sed lo fuera a dejar por última vez con esa extraña sensación del atolladero en su garganta. Algo se cuela, hondo, en las vísceras. No hay lapicera que aguante ya para el anotador. La tinta desaparece en un vaivén que electrifica las puntuaciones del marcador, roto ya el cero. Entonces el as se saca la camiseta y la estrella contra el parapelotas. Y consume esos, escasos, segundos de gloria, mientras se trepa al alambrado de la popular, como si fuera la primera vez. La CAI sureña queda sumisa. El aluvión de estirpe sanjuanina arrolla los minutos que desplazan hacia el final del partido. Los relojes deshojan las horas para volver a la elite: para llegar otra vez en 20 colectivos a La Bombonera, para volver a arrodillar a River en San Juan. El rugido recorre la noche, entre fuegos de artificio y un puñado de gargantas exaltadas que sudan dolor y gloria. Sueños que marchan en la efimeridad de otra evasión de domingo. Un grito de guerra final, mientras la pelota corrompe la red. Tiembla en escala de Mercalli, tras el pitazo final. La Primera está a la vuelta, y un Hilario Sánchez repleto aturde la noche. La camiseta 9 vuela en el aire y se estrella contra el parapelotas. Son 18.000 mil gargantas adulteradas en la masificación, que anticipan otra tarde de gloria. Otro césped convertido en el manto que protege el sueño: reducto testigo de masivas lágrimas de emoción. Algo explota en la popular norte, reflejos de otras epopeyas. El brindis reclama otra tarde de gloria, como ese inolvidable... sábado 16 de junio de 2007. La 9 ya cayó al césped, la pelota descansa en la red. La punta está asegurada. Un puñado enorme de sanjuaninos extasiados anticipan: “Vamos a volver”. Junio de 2010.
Pablo Zama